Me callé y el circo me atrapó

June 20, 2023

¿Habéis tenido alguna vez la sensación de querer decir muchas cosas a una persona en concreto y por miedo, vergüenza o falta de estrategia os habéis limitado a forzar una sutil sonrisa?

Recuerdo la historia de Esteban cuando con 19 años se enfrentó a la entrevista de su primer trabajo. Salió de la misma con una sensación de insatisfacción y culpa. No fue capaz de hacer la pregunta más incómoda y más fructífera de cualquier entrevista; esa relacionada con las condiciones laborales y económicas del puesto solicitado. ¿Por qué? Su juventud, su falta de práctica y su creencia de “en una primera entrevista, es mucho mejor evitar las preguntas incómodas como la del sueldo” le atraparon la garganta. Una entrevista rutinaria, un querer quedar bien, una sonrisa forzada ante todas aquellas preguntas de un entrevistador que simplemente quería cubrir un puesto de trabajo. Una conversación con un océano de informaciones y tan solo un dedo de profundidad en las mismas. Esteban no supo abordar lo importante, aquello que realmente le podría cambiar la vida, su día a día y su proyección de futuro. ¿Cuál es el sueldo estimado para el puesto? ¿Cuál es el horario? ¿Sobre qué valores se sustenta la compañía? Esteban dijo ¡Sí! al trabajo, firmando un contrato cuanto menos ambiguo. Esa conversación importante que nunca tuvo se convirtió en una conversación pendiente que impidió tener conversaciones sanas a futuro. Un año después, con una mochilita de ansiedad, horarios que rozaban la hora de vuelta a casa de la Cenicienta y una frustración in crescendo porque el sueldo mal cubría sus sencillas necesidades presentó la renuncia. Lo cómico del momento fue, que nadie empezando por su propia jefa entendió nunca el porqué de la decisión de Esteban; “Si todo iba de maravilla, teníamos una relación de confianza y el chico parecía feliz en su puesto de trabajo…”.

También recuerdo la situación de Ángela y Simón. Una pareja que llevaban al menos 15 años juntos. Empezaron en el instituto y juntos fueron construyendo piedrita a piedrita sus propias personalidades. Hace cuatros meses empezaron a discutir por las actividades extraescolares de su hija María, también discutían por la comida con los respectivos suegros del domingo, e incluso había regañinas tontas sobre quién debía tirar esa semana la basura. Algo insólito en una pareja donde la comunicación la mayor parte de los casos había fluido con transparencia y honestidad. Pero ahora, todo se llenaba de un ruido ensordecedor donde los reproches, las culpas, la ironía y el sarcasmo dilapidaban las ganas de afrontar aquello que ambos sabían pero preferían silenciar, y era eso tan simple de reevaluar el compromiso de la pareja. Sentarse y verse de nuevo unas caras que hacía tiempo habían cambiado. Unos planes de futuro que parecían pintarse de colores diferentes, unas personalidades que habían tenido que satisfacer necesidades distintas. Pero sentarse y revaluar el compromiso podría suponer, un adiós definitivo que asustaba, que era algo hasta la fecha inconcebible, un abismo oscuro, negro y solitario.

¿Y si esa conversación por mucho miedo, angustia y nerviosismo suponía un renacimiento?¿Un reconectar con mi nuevo yo, tu nuevo yo y nuestro nuevo NOSOTROS?

Un último recuerdo sobre esto de hablar de un océano de cosas con un dedo de profundidad me hace viajar a la situación de José, un director comercial cuyo equipo evita poner en práctica el modelo estratégico de la empresa para captar nuevos clientes. “No lo entiendo, está comprobado que usando el modelo captaríamos un 20% más de venta, pero mi equipo alega que están agobiados por las mil y una actividades que hay en su rutina de trabajo”. Y entonces, el día a día del departamento de José se llena de eufemismos, de “te entiendo pero…”, de hablar sobre los beneficios del modelo y de motivar con frases grandilocuentes que no activan a los colaboradores a aplicarlo.

¿Y si la conversación no fuera algo tan superfluo como hablar sobre los beneficios del modelo o la necesidad de aumentar la dosis formativa sobre el mismo? ¿Y si la conversación que se ha de tener con gente cuya media de edad es de 45 años tiene que ver con algo más profundo que lo meramente cuantitativo? ¿Y si esa conversación fuera sobre cómo están entendiendo la responsabilidad, el compromiso y la confianza?

Y es que a veces, preferimos poner tiritas cuando sabemos que convivimos con una herida abierta. Y seguimos tozudos poniendo tiritas que evitan, inhiben y enmascaran porque el miedo a entablar una conversación real, sana y honesta donde se ponen en tela de juicio los valores, puede suponer un cambio de vida, una transformación de escenario que al no visualizar se presenta como una cueva oscura lleno de monstruos que tan solo alimentamos desde la cobardía de no enfrentar.

Digamos ¡BASTA! a esas conversaciones con un océano de información y un dedo de profundidad porque nos dejan con un regustillo de frustración, porque aportan dosis de ansiedad, porque evitan el estar alineados con aquello que queremos y necesitamos y lo más importante son mantenedoras de un status quo que coarta la transformación.

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